Homilías Monseñor Guy Charbonneau

            Estamos en el segundo domingo de septiembre, mes de la Biblia. La Palabra de Dios es un tesoro inagotable, que alimenta nuestra vida personal, nuestra vida familiar, y también todas las pastorales de la Iglesia.

            Al escuchar las palabras y al ver las acciones de Jesús, muchos judíos de su tiempo recordaban las promesas y las acciones de Dios contenidas en el Antiguo Testamento. Cuando Jesús sanó al sordomudo, los que fueron testigos de ese milagro recordaron la promesa del Señor en la primera lectura. El Señor prometió hacerse presente para salvar a sus fieles de diversas necesidades. Entonces los enfermos quedarían curados y brotarían aguas en el desierto. Esa promesa dio ánimo al pueblo.

            La escena del evangelio de hoy tuvo lugar en territorio extranjero, en la Decápolis. La Decápolis era una agrupación de diez ciudades libres situadas en territorio pagano, al este y al noreste del río Jordán. El sordomudo simboliza la actitud cerrada del mundo pagano frente al proyecto de Dios: sordo para escucharlo y tartamudo para proclamarlo. Se parece a nuestro mundo que no quiere escuchar a Dios y no quiere poner en práctica su palabra. No hay peor ciego que el que no quiere ver a Dios; no hay peor sordo que el que no quiere escuchar la Palabra de Dios; no hay peor mudo que el que no quiere dar una respuesta a Dios, el cual interpela nuestra vida, nos llama y nos espera.

            Pues Jesús lleva aparte al enfermo. Lo lleva aparte porque no quiere hacer un show. Todo lo contrario de supuestos predicadores que anuncian una noche de milagros y que sacan jugosos beneficios de la sencillez de la gente. El Papa reflexiona así en el Ángelus de hoy: "Jesús actúa siempre con discreción. No quiere impresionar a la gente, no está en búsqueda de popularidad o éxito, sino que sólo quiere hacer el bien a las personas. Con esta actitud, Él nos enseña que el bien debe hacerse sin clamores y sin ostentación, sin hacer sonar la trompeta, va realizado en silencio".

            Prosigue el Papa: "El Hijo de Dios es un hombre plenamente integrado en la realidad humana, por lo tanto, puede comprender la condición dolorosa de otro hombre e interviene con unos gestos que muestran que está implicada toda su propia humanidad". Veamos: Él hace tres gestos simbólicos: 1) Le introduce los dedos en las orejas para volver a abrirle los canales de la comunicación. 2) Le unge la lengua con su saliva para transmitirle su capacidad de hablar. Comienza con la sanación de la escucha y luego sigue con la sanación de la lengua. Primero hay que saber oír para luego poder hablar. 3) Jesús levanta la mirada hacia el cielo invocando a su Padre y suspira. El milagro se va a producir por su unión con el Padre.

            Después de los gestos viene la palabra. Jesús habla con autoridad: "¡Effetá!", que significa "¡Ábrete!" Y al instante el hombre fue sanado: sus oídos se abrieron, su lengua se soltó. La sanación fue para él una "apertura" a los demás y al mundo. Su vida y su dignidad han sido reconstruidas por el Señor.

            En el "Effatá" de Jesús, sigue resonando no sólo una palabra de sanación física, sino también la obra de la salvación para la humanidad entera.

            La reacción de la gente fue positiva. Todos se volvieron comunicativos. Dijeron: "¡Qué bien lo hace todo!" Eso nos recuerda el primer relato de la creación en el Génesis, cuando el Dios Creador concluyó su obra. El texto dice: "Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno" (Gn 1,31). Aquí todos añadieron: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos". Eso nos enseña que Jesús es el Salvador: por él, Dios se hace presente como Creador y Liberador de su pueblo.

            En la celebración del bautismo hay un rito opcional o facultativo: el "Effetá". Si al celebrante le parece oportuno, puede añadir el rito del "effetá" de la forma siguiente. Tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca de cada uno de los niños, dice: "El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre". Todos responden: Amén. El bautismo es el comienzo de la vida cristiana. En la vida cristiana nos toca escuchar la Palabra de Dios cada día, o por lo menos cada domingo. Nos toca también proclamar nuestra fe, no sólo en el Credo de la misa, sino también en nuestra vida diaria, siendo discípulos misioneros de Cristo, para la gloria de Dios Padre.

            También nosotros podemos ser protagonistas del "Effetá", de esa palabra "Ábrete" con la que Jesús devolvió el oído y la voz al sordomudo: se trata de abrirnos a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas que sufren y necesitan ayuda, evitando así el egoísmo y el cierre del corazón.

            El Papa dijo: «Es precisamente el corazón, es decir, el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús vino a "abrir", a liberar, para hacernos capaces de vivir plenamente nuestra relación con Dios y con los demás. Él se hizo hombre para que el hombre, sordomudo interiormente por el pecado, pueda escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y así aprenda a hablar, a su vez, el lenguaje del amor, traduciéndolo en gestos de generosidad y entrega». Concluye el Pontífice alentando a todos a encomendarse a la Virgen María «que estuvo totalmente "abierta" al amor del Señor»; para que ella «nos ayude a experimentar cada día en la fe, el milagro de "Effetá", y vivir así en comunión con Dios y con nuestros hermanos».

            En esa misma línea, la segunda lectura de hoy, tomada del apóstol Santiago, nos exhorta a no tener favoritismos, a no hacer diferencias entre las personas. Siempre existe la tentación de fijar nuestra atención en las personas que se visten con lujo o a la última moda: les dejamos el mejor lugar en una reunión. Y no paramos bola a las personas pobres: que se queden de pie o sentadas al fondo de la sala o en el suelo. La discriminación del pobre no es compatible con la fe en Jesús. Lo dice Santiago: "Queridos hermanos, ¿acaso no ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?" Pues nuestro mundo está lleno de pobres. No podemos permanecer indiferentes ante ellos. El Señor nos llama a ser solidarios y a compartir con ellos. San Romero de América decía: "Es inconcebible que alguien se diga ´cristiano´ y no tome como Cristo una opción preferencial por los pobres" (Homilía, 9 de septiembre de 1979).

            En la Eucaristía celebramos el misterio de la muerte y de la resurrección del Señor. ¡Que el Señor cure el sordomudo que hay en cada uno de nosotros, que nos abra a Él para servirle y nos abra a los demás para escucharles y ayudarles!