Homilías Monseñor Guy Charbonneau

"Pidan y se les dará". Las lecturas de este domingo enfocan el tema de la oración, sobre todo la oración de intercesión. La oración sencilla y llena de confianza del hombre siempre es preciosa a los ojos de Dios, quien, como buen Padre celestial escucha con gusto las peticiones de sus hijos, aunque ya conoce su contenido.

La primera lectura nos muestra la amistad que Abrahán estableció con Dios y a la vez la paciencia de Dios. La amistad de Abrahán lo llevó a regatear con Dios en un "tira y afloje" que muestra cómo la intercesión del hombre es preciosa a los ojos de Dios. Abrahán actúa como nosotros hacemos en el mercado para conseguir una rebaja en los precios. Abrahán actúa como intercesor a favor de la ciudades pecadoras de Sodoma y Gomorra. Dios está dispuesto a perdonar si se encuentran en ellas solamente diez justos. La justicia de Dios se manifiesta en el perdón por amor a los inocentes. Abrahán fue calificado por la Biblia como el amigo de Dios. No sólo es un modelo de fe y de hospitalidad, sino también de oración. La primera cualidad en la oración es la confianza. Cuando oramos, debemos considerar a Dios como nuestro amigo, aunque siempre Dios es Dios y nosotros somos seres humanos, frágiles y pecadores.

La segunda lectura nos muestra que es posible orar porque Dios nos ha hecho participar de la vida de su Hijo único, gracias al cual somos hijos adoptivos de Dios. Escribió san Pablo a los Colosenses: "Por el bautismo fueron ustedes sepultados con Cristo y también resucitaron con Él, mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos". Por el bautismo hemos resucitado con Cristo porque Dios ha tenido misericordia de nosotros, no ha tomado en cuenta nuestros pecados, nos ha dado una vida nueva con Cristo.

En el evangelio, san Lucas nos ofrece una catequesis de Jesús sobre la oración. Esta catequesis empieza con un testimonio: el testimonio de Jesús en oración. "Un día Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ´Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos´. En su evangelio, san Lucas nos muestra que la oración era una constante en la vida de Jesús. El punto de partida de nuestra oración cristiana es la oración de Jesús. Jesús oraba. No basta que un padre o una madre de familia o un catequista enseñe las oraciones a los hijos o a sus alumnos. Tienen que ser unos testigos de la oración ante los niños. Muchas veces he visto a una madre orando en el Santísimo, en compañía de su niñito. El niño no está consciente de la oración, pero ve a su madre orando. Nosotros tenemos que ser testigos de la oración, además de ser maestros de oración para nuestros niños.

Luego san Lucas contempla tres momentos ante la petición de los discípulos: Jesús les enseña a orar invocando a Dios como Padre; luego insiste en la necesidad de orar continuamente, sin interrupción; en fin, afirma que la oración perseverante será siempre escuchada por Dios.

"Señor, enséñanos a orar". Respondiendo a esta inquietud, Jesús les enseña el Padre nuestro. La versión de san Lucas es más corta que la de san Mateo, pero parece más cercana a las palabras del mismo Jesús.

"Cuando oren, digan: ´Padre´". Mientras unas tradiciones religiosas miran a Dios como alguien distante y temible, Jesús enseña que Dios es un Padre. Lo podemos llamar "Papá o Papito". Es lo que quiere decir la palabra aramea "Abbá". El ambiente propio para la oración es la relación filial con Dios: somos sus hijos y Él es nuestro Padre. Por eso cuando oramos, debemos ponernos ante Dios en una actitud de amor, confianza y cercanía.

"Santificado sea tu nombre". Dios es tres veces santo. Nuestra oración no hace más santo a Dios. Pero el nombre de Dios es santificado cuando nosotros vivimos cumpliendo sus mandamientos.

"Venga tu Reino": en esta petición, imploramos a Dios que reine como Padre e implante la justicia y la paz en la tierra. Con nuestros propios esfuerzos, nosotros no podemos establecer la justicia y la paz en la tierra. El Reino de justicia y de paz es un don de Dios. Pero podemos contribuir a ello con nuestros esfuerzos sencillos pero significativos. Todo acto de verdadero amor, aunque parezca insignificante, es como la materia prima sobre la cual Dios construye su Reino. Lo dice muy bien el Concilio Vaticano II: "Aunque el progreso terreno no se haya de identificar con el desarrollo del reino de Dios, con todo, por lo que puede contribuir a una mejor ordenación de la humana sociedad, interesa mucho al bien del reino de Dios" (GS 39). "Convénzanse los cristianos de que, al tomar parte activa en el movimiento económico y social de su tiempo y luchar por una mayor justicia y caridad, pueden hacer mucho por el bienestar de la humanidad y la salvación del mundo" (GS 72).

"Danos hoy nuestro pan de cada día": pedimos al Padre que nos dé el alimento necesario para cada día y, confiados en la Providencia de Dios y trabajando duro, no nos preocuparemos por el día de mañana.

"Perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende":  perdonados por Dios, debemos perdonar a quienes nos ofenden y liberar de sus deudas a los pobres que no nos pueden  pagar. Somos hijos ingratos de Dios si no perdonamos a los demás.

"No nos dejes caer en tentación": reconocemos nuestra propia debilidad frente a la tentación, porque sabemos que podemos fracasar. El enemigo del género humano es más astuto que nosotros. Por eso, cuando somos tentados, tenemos que recurrir en la oración a Dios, que siempre viene en nuestra ayuda.

Luego Jesús nos cuenta una parábola, la del amigo inoportuno, que llega a una hora indebida para pedirle un favor a un hombre cuando todos en la casa están acostados. El amigo insiste y consigue lo que necesita. Jesús quiere decirnos que como somos amigos de Dios, debemos dirigirnos a él con insistencia y perseverar en la oración. Si, entre seres humanos, el que pide con insistencia consigue lo que quiere, con mayor razón lo conseguirá el hijo de Dios cuando le pide a su Padre celestial lo que le conviene. La oración perseverante se describe con tres verbos: pedir, buscar y llamar. "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá". Si oramos así, tenemos la seguridad de que Dios nos escuchará. La oración debe estar acompañada de la confianza, porque Dios no niega su respuesta a los que tienen confianza en Él. Algunas personas me dicen: "Yo oro, oro y oro, y Dios no me escucha". En la oración, Dios quiere que nuestro deseo se afine, se profundice, se exprese en la fe y el amor, y no para conseguir un fin egoísta. Si no conseguimos lo que pedimos, Dios purificará nuestras intenciones y nuestro corazón. En fin de cuentas, Dios quiere que hagamos su voluntad, no la nuestra.

Dios, que es un Padre bueno, dará lo mejor a sus hijos que acuden a Él: su Espíritu Santo. Podemos estar seguros de que nos dará el Espíritu Santo: el Espíritu Santo con sus siete dones, que nos fortalece para enfrentar todos los desafíos de la vida.

Al finalizar el mes vocacional, pidámosle al Señor por nuestros seminaristas, por las novicias y postulantes que están en las casas de formación de nuestras hermanas religiosas, para que respondan con fidelidad al Señor en su caminar vocacional y perseveren en la oración.

En esta Eucaristía, con la ayuda del Señor comprometámonos a imitar su vida de oración, a orar personalmente y con nuestra familia, y a enseñar a otros a orar.