Homilías Monseñor Guy Charbonneau

Estamos celebrando el primer domingo del Mes del Matrimonio y de la Familia. Este año, el lema del mes dice: "La familia y los jóvenes juntos por el Evangelio de la vida".

Siempre hay problemas en la familia. El evangelio de hoy nos habla de uno de ellos, el uso de la riqueza, que es muchas veces factor de división. Un hombre se acercó a Jesús y le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". Jesús no quiso caer en la trampa: no quiso hacer de juez entre ambos, porque su Reino no es de este mundo. La acumulación de bienes materiales y la avaricia no entran en la escala de valores de Jesús. Más bien Jesús nos exhortó a evitar toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea. Para Jesús, la vida vale más que los bienes de la tierra. Hay ricos que no son felices, porque no se sienten queridos por su persona, sino por su dinero. Alguien puede ser muy rico, pero en un momentito puede morir y sus riquezas no van a bajar con él a la tumba.

El rico de la parábola no está feliz tampoco. Hace inmensos graneros para guardar su cosecha, y luego descansa. Pero sin preaviso la muerte le sobreviene. Los bienes que ha acumulado con la fuerza de su trabajo no le beneficiarán a él. Tal vez caerán en manos de unos hijos que los malgasten en vicios, juegos, o que lo pierden todo por una mala administración. Además ese rico no se acuerda de Dios. La plenitud de la vida no se alcanza poseyendo riquezas. La calidad de la vida no depende de la cantidad de bienes materiales que uno posee.

Viene la lección de la parábola: "Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios". En su necedad, el rico de la parábola no cae en la cuenta de que todo le viene dado por Dios, no sólo los bienes, sino también su propia vida. No es la riqueza en sí misma la que constituye la necedad de este hombre, sino su avaricia. No ha entendido que los bienes, que son una bendición de Dios, están destinados a ser compartidos con los hermanos para que él se convierta de esta forma en rico delante de Dios. Jesús se opone a la ambición, a la codicia y al deseo de poseer cada vez más, sin límite alguno, pues los que actúan de esa forma ponen su seguridad en los bienes materiales, no en Dios.

Lo mismo dice Qohélet en la primera lectura. Él constata que el trabajador no saca ningún provecho de su trabajo. Además sufre un montón de pruebas: "De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa". ¿Será que no hay que trabajar? La Biblia no dice eso. Pero la actitud del cristiano que trabaja debe ser distinta en cuanto a su motivación. Un padre de familia actúa bien cuando se sacrifica y trabaja para el provecho de su familia, proporcionándole alimento, techo, vestuario, educación y valores positivos.

Esto implica que los padres de familia tienen que educar a sus hijos en los auténticos valores humanos y cristianos y hacerles ver las consecuencias nefastas de las anti-valores. San Pablo nos lo dice claramente en su carta a los Colosenses: "Den muerte a todo lo malo que hay en ustedes; la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría. No sigan engañándose unos a otros, despójense del actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el nuevo conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen". Y nos dice por qué hay que desechar todos los anti-valores: "Ustedes han resucitado con Cristo... porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios". La fuente de toda moral cristiana, personal como familiar, es la unión con Cristo Resucitado. Se llega a ella por el bautismo, que hace de nosotros unos hombres y mujeres nuevos.

Una importante consecuencia del nuevo ser del cristiano es la igualdad radical ante Dios de todos los miembros de la familia y de la comunidad cristiana. No podemos dar cabida a odiosas diferencias entre personas. Todos somos iguales ante Dios. "En ese orden nuevo ya no hay distinción entre judíos y no judíos, israelitas y paganos, bárbaros y extranjeros, esclavos y libres, sino que Cristo es todo en todos".

En conclusión la Palabra de Dios hoy nos invita fuertemente a no dividirnos en la familia por asuntos de dinero. La pareja debe dialogar en el uso que hace del dinero y educar a sus hijos en ello. También la pareja tiene que educar en valores a sus hijos. Uno de esos valores es la igualdad entre todos los miembros de la familia; por eso todos deben ayudarse mutuamente.

Les invito a asumir un compromiso para este mes del Matrimonio y de la Familia. Permítanme algunas sugerencias: hacer un paseo como familia; celebrar en familia un cumpleaños; hacer una oración en familia una vez a la semana; reflexionar sobre un tema de catequesis o hacer una Hora Santa que propone la revista de este mes.

En esta Eucaristía ofrezcámosle al Señor nuestra familia. Oremos por ella y por todas las familias de nuestra diócesis. Pongamos nuestros dones y talentos al servicio de nuestra familia. Aprovechemos los recursos que nos ofrece nuestra Iglesia en bien de la familia.