Hoy el Señor nos regala unos textos bellísimos, que nos invitan a ser misericordiosos con nuestro prójimo, con nuestro país y con nosotros mismos, a imagen de nuestro Padre celestial, que es misericordioso con todos nosotros.
Por medio de tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido, Jesús responde a los fariseos y maestros de la Ley que lo criticaban porque se juntaba a comer con los cobradores de impuestos y los pecadores. En tiempo de Jesús, las comidas y banquetes creaban lazos de amistad y hasta de parentesco entre los comensales. Para no contaminarse y adquirir la condición de pecador, los judíos piadosos no comían en la misma mesa con pecadores públicos, como por ejemplo los cobradores de impuestos, las prostitutas y los paganos. Sin embargo, Jesús se opone a esta mentalidad: nos muestra cómo Dios, su Padre, se comporta con los pecadores: sale al encuentro de ellos y se alegra cuando se convierten. Jesús compara la alegría de Dios con la alegría de un pastor, de una dueña de casa y de un padre de familia cuando encuentran lo que estaba perdido.
El pastor de la parábola muestra mucho interés por su oveja extraviada, precisamente porque se perdió lejos de su rebaño. Por esto deja al resto de las ovejas bien protegidas y sale a buscar la oveja perdida. Apenas la encuentra, la carga sobre sus hombros y convoca a sus vecinos, no para festejar por las noventa y nueve que están en el corral, sino por haber encontrado a la extraviada, la que vuelve a integrar el rebaño. Toda la iniciativa ha sido del pastor: deja a las 99 ovejas, sale a buscar la perdida hasta encontrarla, la carga sobre sus hombros y la regresa a su redil. La preocupación activa del pastor por su oveja es figura de la actitud de Dios hacia nosotros, los pecadores. Por esto Jesús, el Hijo de Dios, se sienta en la mesa con los que son rechazados por los fariseos y los maestros de la Ley. Esta parábola rebosa de alegría: el pastor lleno de alegría carga a la oveja perdida sobre sus hombros, luego invita a sus amigos a alegrarse con él. Jesús afirma con fuerza que habrá más alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse.
Lo mismo pasa con la mujer que ha perdido una de sus diez monedas de plata. Ella es muy activa: enciende la lámpara, barre la casa, busca con cuidado hasta encontrar la moneda. Cuando la encuentra, invita a sus amigas y vecinas a alegrarse con ella.
La parábola del hijo perdido, a quien llamamos tradicionalmente el hijo pródigo, nos revela el amor inmenso y gratuito del Padre misericordioso por todos sus hijos, especialmente si han pecado y se han alejado de su casa o de su familia. El Padre está lleno de ternura con sus dos hijos: respeta la libertad de su hijo menor, aun cuando éste opta por una vida de libertinaje; odia el pecado, pero ama al pecador. Luego ve a su hijo que regresa, se conmueve profundamente, sale corriendo a su encuentro, lo abraza y lo besa con ternura. Le perdona toda su ingratitud y lo recibe como hijo. Con gran alegría lo viste con la mejor ropa, le pone un anillo en el dedo y sandalias en los pies, como signos de dignidad y de libertad.
También el Padre muestra mucho amor por su hijo mayor, que está lleno de envidia y resentimiento con su hermano, a quien no reconoce como hermano. Lo llama "ese hijo tuyo". El Padre llama a su hijo mayor con cariño: ¡Hijo! "¡Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!". El padre se refiere al menor como hermano de él: "Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".
Jesús encarna el rostro misericordioso del Padre, es el rostro misericordioso del Padre cuando recibe a los pecadores y los incorpora a la Iglesia, la gran familia de los hijos de Dios. La misión de Jesús continúa en la misión de la Iglesia. La Iglesia tiene que estar llena de misericordia hacia los pecadores, en especial en el sacramento del perdón. Cuando un sacerdote perdona sus pecados a un hombre en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es Dios que le perdona a ese hombre.
Ahora bien, ¿cómo ser misericordioso hoy? ¿Cómo ser misericordioso en la familia, en la sociedad, en la Iglesia? ¿Cómo manifestar la misericordia de Dios en este tiempo de confusión, de corrupción, de violencia y de pérdida de valores? La Iglesia nos sugiere catorce obras de misericordia, catorce acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf Is 58, 6-7: Hb 13, 3). Las catorce obras de misericordia se dividen en siete Corporales y siete Espirituales. Encontramos las siete obras corporales en Mateo 25: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al forastero o migrante, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al privado de libertad, enterrar a los difuntos. También hay siete obras espirituales de misericordia: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rezar a Dios por los vivos y por los difuntos. No nos equivocamos cuando practicamos una u otra de esas obras de misericordia.
Bien dijo el Papa Francisco en su Carta Apostólica Misericordia et misera al concluir el Jubileo Extraordinario de la Misericordia: "La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida. Así se manifiesta su misterio divino. Dios es misericordioso (cf. Ex 34,6), su misericordia dura por siempre (cf. Sal 136), de generación en generación abraza a cada persona que se confía a él y la transforma, dándole su misma vida" (2).
Hoy celebramos los 198 años de nuestra independencia. Nuestros gobernantes son objeto de muchas críticas. Sin negar la legitimidad de muchas de esas críticas, hoy les invito a alegrarse por todo lo positivo que se está realizando en el país y a ser misericordiosos, preguntándose: ¿qué he hecho por mi país? ¿qué estoy dispuesto a hacer por mi país? En la patena pongamos a Honduras, pongamos a todos los compatriotas y a todas las autoridades, para que todos trabajemos por el bien común y el desarrollo humano integral de todas las personas, en especial de las más necesitadas.