Homilías Monseñor Guy Charbonneau

La Palabra de Dios hoy refleja toda la alegría que nos llena al celebrar la Navidad. Es realmente una buena noticia que nos ayuda a vivir con serenidad, aun en medio de las malas noticias que nos transmiten cada día los medios de comunicación. Aunque estamos envueltos en un mundo de dolor, nuestra esperanza nos hace caminar de la mano del Señor.

Esta buena noticia nos la transmite hoy el profeta Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es Rey"! Cristo es el Rey de reyes y el Señor de los señores: es el que trajo la victoria de nuestro Dios cuando tomó nuestra naturaleza humana. A través de él, el Señor consuela a su pueblo. Necesitamos el consuelo de Dios: el Medio Oriente, muchos países de África, Venezuela, Nicaragua, nuestra Honduras. Hoy oremos por todos las personas que viven una situación desesperada y que piden que oremos por ellas. Tengamos la plena convicción que el Señor escucha nuestras oraciones.

En la Revelación cristiana, no es el hombre que hace los primeros pasos para alcanzar a Dios, sino que es Dios que hace los primeros pasos para alcanzar al hombre. Nos dice hoy el autor de la carta a los Hebreos: "En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo". No tenemos que esperar otra revelación que la que nos dio Jesús sobre Dios y sobre el proyecto de Dios para la humanidad. Nunca agotaremos la profundidad de esta Revelación de Dios a través de su Hijo Jesús.

El principio del Evangelio según san Juan, que hemos leído ahora, nos habla de la pedagogía de Dios, de las distintas etapas que ha tomado Dios para hablarnos y salvarnos. En la eternidad primero, estaba la Palabra, el Verbo, con Dios. La segunda etapa fue el acto de la creación: "Todas las cosas vinieron a la existencia por Él y sin Él nada empezó de cuanto existe. Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres". Aunque haya tinieblas en los corazones humanos, en las relaciones personales, familiares y sociales o en los conflictos económicos, geopolíticos y ecológicos, “más grande es la luz de Cristo”.

La tercera etapa fue la presencia de la Palabra de Dios en las religiones naturales y en el pueblo judío: "Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron". Fue la gran frustración de Jesús: pregonó un mensaje de amor y fue rechazado por el poder del mal.

La cuarta etapa consiste en que la Palabra se hizo carne. "La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria". La segunda persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, y vivió en todo igual a nosotros, salvo el pecado. Pero tomó sobre sí el pecado del mundo para liberarnos del pecado y hacernos hijos adoptivos de Dios. "A cuantos recibieron la Palabra de Dios, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre". Esta es nuestra dignidad como cristianos: conocer a Dios que el Hijo nos ha revelado, ser hijos e hijas de Dios y creer en Jesús como nuestro único Salvador; respetar la dignidad que tiene todo ser humano como hijo de Dios, hecho a imagen y semejanza de Dios; nunca dañar a nadie, física o sicológicamente, porque en cada ser humano está Cristo; amar a los demás como Cristo nos ha amado. En uno de sus Sermones, San León Magno nos exhorta: "Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina, no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada".

En la misa del gallo ayer, el Santo Padre ha expresado su esperanza en que el Emmanuel ablande nuestro corazón, “a menudo endurecido y egoísta” y nos haga instrumentos de su amor. Nos ha exhortado “a dar esperanza al mundo, anunciando con palabras y sobre todo con el testimonio de nuestra vida que nació Jesús, nuestra paz”.

"No veas tus manos vacías, dijo el Papa, acoge la gracia". El Papa narró una hermosa leyenda que cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores corrían hacia la gruta llevando muchos regalos... Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había uno que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, con vergüenza. En un determinado momento, san José y la Virgen se vieron en dificultad para recibir todos los regalos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, María le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios. Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos.

“Querido hermano, querida hermana, nos dijo el Papa: Si tus manos te parecen vacías, si ves tu corazón pobre en amor, esta noche es para ti. Se ha manifestado la gracia de Dios para resplandecer en tu vida. Acógela y brillará en ti la luz de la Navidad”.

En este día comulguemos al Cuerpo y a la Sangre de Cristo con un corazón agradecido, pidiendo al Señor que llene nuestra persona, nuestra familia y nuestra sociedad de Su amor y de Su paz.